La Boa Sagrada
En el corazón del Valle Sagrado de Cotundo reposa una imponente piedra con formas serpenteantes: Amarun Rumi, la "Piedra de la Boa". Cuenta la tradición oral kichwa que, hace siglos, una gran serpiente emergió desde las profundidades de la selva para castigar a quienes dañaban la tierra y profanaban los ríos. Esta criatura, enviada por los espíritus de la Amazonía, causó temor, pero también respeto. Tras cumplir su propósito de restaurar el equilibrio entre humanos y naturaleza, se dice que la boa se durmió profundamente y fue petrificada por los dioses, convirtiéndose en guardiana del valle. Hoy, esa piedra sagrada es lugar de visita, reflexión y respeto, especialmente para los chamanes que aún le rinden homenaje en ceremonias ancestrales.
El Pueblo Hundido
Cerca de Cotundo existe una laguna llamada Tumanangu, rodeada de un misterio que se niega a morir. Según los mayores, durante la época de la conquista española, una comunidad indígena decidió desaparecer antes de entregarse. Rezaron, ofrecieron ofrendas y finalmente se sumergieron en las aguas de la laguna, llevándose consigo sus casas, animales, herramientas y secretos. Muchos afirman que, al amanecer o en noches de luna llena, aún se escuchan gallos cantando desde el fondo del agua. Otros dicen haber visto luces o pequeñas sombras moverse bajo la superficie. Para los locales, Tumanangu no solo es una laguna, sino la entrada a un mundo oculto que resguarda el espíritu de un pueblo que eligió la libertad eterna.
El Guardián del Oro
En la quebrada de Verde Yacu, los rumores hablan de oro escondido. Algunos aventureros intentaron excavar o explorar el área, buscando riquezas. Sin embargo, cada vez que alguien se atrevía a cavar, una tormenta repentina azotaba la zona, oscureciendo el cielo y desatando truenos furiosos. De entre la niebla, se escuchaba el rugido de un gran puma, invisible pero presente, que obligaba a los intrusos a huir. Para los sabios del lugar, no se trata de un animal común, sino del espíritu protector de la montaña, que cuida el equilibrio natural y castiga la ambición. Desde entonces, nadie osa perturbar esa tierra sagrada.
El Río que Juzga
Siquihua era un pescador conocido en su comunidad por su habilidad y humildad. Pero el orgullo lo corrompió, y con los años perdió su don y la confianza de su familia. Desesperado, acudió a un sabio anciano, quien lo mandó a ayunar, purificarse y reencontrarse con el río. Una noche de luna llena, Siquihua remó en el río Hillu Yacu para probar su fe. Una tormenta lo enfrentó como prueba final. No luchó contra el agua, sino que se dejó llevar, aceptando su destino. Cuentan que el río lo devolvió a la orilla, no con peces, sino con una nueva sabiduría. Desde entonces, Siquihua volvió a ser guía espiritual y maestro para los más jóvenes, recordando que quien no respeta la vida, termina por perderla.